Los hombres y los sueños

Eduardo Dermardirossian
eduardodermar@gmail.com


Dice Goethe que el sueño es “aquello que, ignorado o desatinado por los hombres, vaga durante la noche a través del laberinto de nuestro pecho”. Por su parte Coleridge anota en uno de sus libros: “Si un hombre atravesara el Paraíso en un sueño, y le dieran una flor como prueba de que había estado allí, y si al despertar encontrara esa flor en su mano... ¿Entonces, qué?”(1).

Para el alemán los sueños habitan en el hombre, para el inglés el hombre forma parte del universo de los sueños. Para aquel el hombre es el continente y el sueño es parte del contenido, para éste es al revés, el hombre está contenido en el universo paralelo de los sueños (quizá ni siquiera de su propio sueño).

Los hombres suelen suscribir la cultura onírica predicada por Goethe y categorizar las historias: delante ponen las que forman parte de la vigilia, detrás las que transcurren mientras duermen. Las que ocurren en la vida vigilante son verdaderas y las que recuerdan de sus noches son ficcionales, fantasmas que los visitan sin que los hayan convocado. Las primeras quedan, como las capas geológicas que pisan, las otras pronto caen en el saco del olvido. Unas dejan su sello, las otras no.

No sé qué opinará el lector. Yo no me atrevo a suscribir esta teoría. Es más, simpatizo con la invención de Coleridge y creo que no conviene desdeñar las historias que nos visitan durante el sueño. A diferencia de los sueños, donde la voluntad está ausente y las imágenes se enlazan arbitrariamente, los hechos de la vigilia están sometidos al rigor del tiempo. Son ilustrativas las ficciones que transportan a los personajes hacia atrás o hacia adelante en el tiempo, porque en ellas toda acción del viajero puede abolir la realidad. No así, por ocurrir fuera del tiempo los sueños someten la realidad a su arbitrio y construyen historias adonde el soñador puede ser una marioneta o un espectador remiso que incorporará lo soñado al universo de sus experiencias, aún cuando después lo trabaje el olvido.

Sueños célebres y de los otros

Cuenta Liehtse que un leñador mató a un ciervo y lo escondió en el bosque. Luego olvidó el lugar donde lo había ocultado y creyendo que todo había ocurrido en un sueño lo contó en la aldea. Uno de los oyentes fue a buscar el ciervo, lo encontró y le dijo a su mujer: “Un leñador soñó que había matado un ciervo y olvidó donde lo había escondido, y ahora yo lo he encontrado”. Incrédula, la mujer replicó: “Tu habrás soñado que viste a un leñador que había matado un ciervo”. Esa noche el leñador soñó y en el sueño vio quién había encontrado al ciervo. Al despertar fue a la casa del otro y encontró al ciervo. Ambos discutieron y fueron ante un juez que, para terminar el asunto, mandó repartir la presa entre los dos. Un vendedor de especias que desde su sitio observaba todo, se preguntó: “¿Y ese juez no estará soñando que reparte un ciervo?”

Más allá del juego que propone la fábula, más allá también de la perplejidad que causa la confusión entre el mundo de la vigilia y el mundo de los sueños, la historia puede formar parte de la crónica diaria si se reemplaza el sustento onírico por el deseo del aldeano. Irrealidad por irrealidad. Así, los hombres y los sueños, las historias de la vigilia y las que vivimos mientras dormimos podrían conciliarse y Freud podría descansar de sus fatigas psicoanalíticas.

Otro sueño famoso es el que anoté para un debate del Café Filosófico Heráclito y que hace algún tiempo se publicó en estas columnas(2). Chuang Tzu soñó que era una mariposa y al despertar se preguntó si él era Chuang Tzu que había soñado que era una mariposa o ahora era una mariposa que soñaba ser Chuang Tzu. Según algunos, el intríngulis chino sólo quiere burlarse del lector, según otros quiere decir que es en los sueños donde el hombre puede buscar su identidad siempre sospechosa. Y hay quienes creen hallar en este sueño la fina sugerencia de que la existencia se desarrolla en diferentes dimensiones que trascienden el tiempo de una vida biológica.

Y el sueño de José, aquel en el que “el ángel del Señor se le aparece, diciendo: José, hijo de David, no temas de recibir a María tu mujer, porque lo que en ella es engendrado, del Espíritu Santo es. Y parirá un hijo, y llamarás su nombre Jesús, porque él salvará a su Pueblo de sus pecados”(3). Tamaña anunciación fue hecha en un sueño que con el correr de los siglos iba a cambiar la historia de la humanidad. Porque el advenimiento de Jesús como hijo de Dios o la creencia en ese advenimiento, cambió, primero, el rostro del judaísmo, luego dio origen al cristianismo y más tarde creó las condiciones para el nacimiento del Islam (esta vez en revelaciones sucesivas del ángel a Muhammad).

Por eso, bien puede conjeturarse que los sueños construyen la vida de los hombres tanto como sus acciones de la vigilia. Otros sueños que ha registrado la crónica han sido determinantes, pero baste con estos para ilustrar al lector.

Entre los sueños soñados por personas huérfanas de fama, merece contarse el que repetidas veces visitaba a una señora armenia que había llegado a estas costas siendo aún niña. Me decía que cuando tenía veintitantos años soñaba que no lograba casarse, que quedaba soltera de toda soltería y que sufría como una desventura esos sueños, verdaderas pesadillas que se repetían una y otra vez.

No estoy calificado para hacer una interpretación freudiana de este sueño. Sólo lo miro, considero las circunstancias personales de la soñadora y las culturales de los armenios llegados de Anatolia y ensayo esta explicación: la buena señora era dueña o víctima (¿cómo prefiere el lector?) de un atavismo que le imponía casarse o sufrir el escarnio de la soltería. Como quien sueña con la muerte que viene a llevarle o con la ingravidez o la impotencia para escapar de una acechanza, ella soñaba la vergüenza de quedar soltera. Tan fuerte era el bagaje cultural que había traído de aquellas tierras de Oriente que perforaba el día e invadía sus noches. Porque además de gobernar la vigilia, la cultura también inficiona los sueños y, entonces, la vida vigilante y la vida soñada tienen pareja entidad, ambas construyen universos superpuestos que se sostienen mutuamente.

Voy a perder el pudor por una vez y publicar un sueño que me visitó hace algunos años. Me encontraba en el cementerio buscando una entre muchas sepulturas, creo que en compañía de algunas personas allegadas. Me senté en un banco para descansar y entre plantas, flores y multitud de monumentos funerarios vi uno que llamó mi atención. Me acerqué para ver mejor y comprobé que sobre el mármol que presidía el sepulcro estaba escrito mi nombre. Miré mejor aún y vi que bajo mi nombre estaban esculpidas las fechas de mi nacimiento y de mi muerte: yo había muerto a los ocho años de edad. La experiencia onírica era vívida. Estuve de rodillas frente a esa tumba, conmovido; luego la abracé y la besé llorando. Ahí yacía mi cuerpo y el que lloraba mi muerte niña era este que soy ahora. Conmigo había un pequeñito, niño o niña no lo sé, que lloraba conmigo. Y en medio de esa congoja desperté, tardé en situarme en la vigilia, repasé minuciosamente el sueño para no extraviar ningún detalle y lo anoté así, como te lo digo ahora.

Quién sabe por qué vengo a contarte estos sueños, unos recogidos de los libros, otros de relatos y el último de mi propia hechura. Quién puede decir que estos sueños tienen alguna estatura para sobresalir de entre tantos y tantos que han soñado los hombres en su tránsito por la historia. Acaso sea banal relatarlos aquí, acaso tenga algún significado que justifique este dispendio de papel y de tinta; pero en cualquier caso es verdad que los hombres también estamos hechos de este barro que se cuece mientras dormimos.

¿Puede haber sueño sin soñador?


Si en el sueño sólo existe el soñador, si los demás personajes que lo habitan son meras ideaciones del durmiente, quizá también lo que tenemos por vigilia sólo sea un episodio solipsista en el que habita una única conciencia. De ahí que la fábula de Chuang Tzu sea perturbadora, porque tras cuestionar la realidad pone en duda el sitio que ocupa esa conciencia: ¿En el soñador o en lo soñado? ¿Es Chuang Tzu o es la mariposa? Y aún más, lleva a preguntarse si puede haber sueño sin soñador, si la construcción onírica tiene consistencia para sostenerse sin un creador. Dicho en otros términos y con dos soluciones posibles: acaso todo sea un sueño soñado por Dios en el que los personajes tienen una entidad pareja a la categoría del soñador o, acaso, no exista ningún soñador y todo sea arbitrario, como lo es el desarrollo de los sueños mismos.

(1) El texto me llega de Borges, Otras inquisiciones, Buenos Aires, Emecé 1996, pág. 22.
(2) E.D., Chuang Tzu y la mariposa, Armenia, ed 13152 del 05.10.06.
(3) Mateo 1. 20-21.

Texto revisado y corregido por el autor en febrero 2010.