Eduardo Dermardirossian
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Cuando el 3 de noviembre de 1995 estallaron los polvorines de Río Tercero no sospeché que ese hecho quería encubrir otro. Por eso, cuando ese mismo día escribí un artículo me limité a condenar la producción, venta y almacenamiento de armamentos, sin referirme a las responsabilidades que resultan del tráfico ilegal de armas. El día anterior había sido asesinado Rabin a causa de su política con relación a Palestina. Los acontecimientos eran más veloces que mi pluma, no acostumbrada correr detrás de los hechos para ponerlos en la prensa diaria.
Hoy quiero hablar del atentado múltiple que sacudió a Londres el 7 de julio, que, según las primeras informaciones, está en línea con los del 11 de septiembre en Nueva York y los del 11 de marzo en Madrid. 11-S y 11-M fueron bautizados éstos por los medios de prensa. Quizá al de Londres se le nombre 7-J, no lo sé. Y no importa. Lo que sí importa es establecer quiénes lo cometieron, en qué circunstancias y con qué propósito, cuáles fueron las complicidades domésticas si las hubo, cuáles las razones manifiestas y las ocultas, etcétera. Asuntos que tratan de averiguar los sabedores de estas cosas.
Yo transitaré caminos menos trillados, quizá menos periodísticos, y que pueden suscitar alguna controversia. Transitaré, pues, caminos de reflexión y daré mi parecer a propósito del hecho, no exactamente sobre él.
Pero antes quiero decir mi repudio por este atentado y por todo otro que importe la utilización de la violencia, mi profesión de fe por el concierto y el diálogo, por la paz y el arreglo negociado de las controversias. Porque en un tiempo –postmodernidad le llaman muchos- en que las razones siguen a los hechos consumados para justificarlos con recursos mediáticos, uno se confunde fácilmente y no sabe cuál es el origen de la violencia. No sabe con certeza si aquellos subtes volaron porque Gran Bretaña puso sus soldados en Irak, o si Gran Bretaña puso su soldadesca ahí para que, precisamente, sus subtes no volaran alguna vez (guerra preventiva). Uno no sabe si estos hechos comenzaron en 2001 o si conviene ir más atrás y a otra geografía para explicarlos, por ejemplo a la Argentina de 1992 y de 1994, o al avión de Pan Am que en 1988 se hizo pedazos en el cielo escocés de Lockerbie con sus 270 pasajeros.
Regan y Juan Pablo II, Gandhi y Luther King, Kennedy, El Sadat y otros muchos fueron atacados por la intolerancia, la discriminación, el afán de poder o de lucro, por la prepotencia de los fuertes o la desesperación de los débiles. Más allá de la notoriedad de algunas víctimas del terror, ahí están Bosnia y Croacia, Perú y Ecuador, Nicaragua y Honduras, Irán, Afganistán, Irak... medio mundo ardiendo simultánea o sucesivamente. Millones son los que caen todavía porque el hombre no ha encontrado una forma no violenta de dirimir sus conflictos. Y las víctimas de los atentados de Londres suman algunas más a las habidas en tantos lugares del mundo.
¿Cómo acometer el problema de la violencia entre los estados? Más precisamente, ¿cuáles son las formas modernas de la violencia? ¿Sigue siendo la guerra el recurso final para la solución de los conflictos? ¿O hay un recurso nuevo que todavía no está en los protocolos de la diplomacia y en los manuales de los países desarrollados de Occidente?
La célula que se atribuyó los bombazos del 7 de julio declaró que “los valerosos mujahiddines han conquistado Londres, y aquí está Gran Bretaña muerta de miedo”. El miedo como arma para dirimir controversias: he aquí un arma quizá más poderosa que toda la máquina militar del Occidente opulento. Es que el concepto de guerra ha mudado y a partir de ahora los estados, grandes y pequeños, deberán mirarse de otra manera. La medida del respeto ya no es proporcional a la capacidad económica y militar de las naciones.
Desde luego esta observación no puede complacernos porque no conduce al abandono de la violencia; solamente anuncia el cambio de su signo. Y dice que los estados deberán redoblar sus esfuerzos para dirimir pacíficamente sus conflictos. Ya no alcanza el más poderoso ejército del mundo para acallar al oponente, ahora hay que sentarse a negociar para asegurarse el abastecimiento del petróleo y de los otros productos primarios. Y hay que mirar bien y ver que los países que tienen esas riquezas están habitados por pueblos paupérrimos, a veces subalimentados.
Estas reflexiones quieren disuadir a los estados poderosos de usar la violencia contra los estados pobres, y quieren que éstos empleen recursos no violentos para hacer escuchar su voz. También quieren que de una vez se comprenda que no puede desdeñarse al otro por su diferente cultura, religión o color de piel. No puede victimizársele, no importa si es norteamericano, español, inglés, afgano o iraquí.
La cuestión es ardua para el hombre moderno. Urgido por el consumo inducido y atosigado de información, internaliza los mensajes sin examinarlos y sin confrontarlos con la realidad. Fácilmente tiene por verdadera la información que escupen Al-Jazeera, BBC o CNN. El ciudadano del consumo, que ha extraviado el sentido crítico y ni siquiera administra su pequeña vida, debe rescatar los valores que abandonó en el basurero del mercado, debe dejar de mirarse el ombligo para ver que estar por la vida es estar con el otro.
Y porque ha quedado demostrado que esta transformación no vendrá de las alquimias políticas, y porque quienes debieran velar por los intereses de la comunidad no lo hacen, es que debe el hombre buscar el cambio en el terreno más promisorio y más rico de la solidaridad, el concierto y la diversidad cultural.
Y a quien diga que estas palabras vienen de una concepción utópica, le digo que sí, que es cierto, que de ahí vienen. Que el hombre justifica su existencia con sólo recorrer el camino, avizorando el fin querido. La propia muerte es inevitable y sobrevendrá de seguro, pero el hombre siempre la resistirá. Y porque la resiste vive y esa resistencia es el motor de su vida.
Nunca he creído que sea inevitable que los hombres se maten entre sí. La naturaleza tiene sus propios mecanismos para equilibrar los desórdenes que se producen en su reino y no necesita que la ayudemos con nuestras invenciones violentas para hacerlo.
Post scriptum: Después de Londres (2005) otros hechos violentos han conmovido la conciencia humana. En estos días (escribo esta nota en los primeros días del año 2009) la poderosa máquina guerrera de Israel está bombardeando indiscriminadamente la Franja de Gaza con el beneplácito de los EEUU y la aquiescencia mal disimulada de la UE. Se quiere liquidar la Cuestión Palestina liquidando a los palestinos o, cuando menos, doblegando su vocación independentista.