Globalización y trabajo humano

Eduardo Dermardirossian
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I

No sé si alguna vez nos pondremos de acuerdo para decir qué es el trabajo humano. No sé si fatigando la mollera y esgrimiendo la pluma los hombres alguna vez acordaremos sobre este asunto que hasta hoy se ha mostrado esquivo. Por eso, no sumaré una frustración más a las habidas. Diré una breve reflexión que, hasta donde sea posible, eluda el tiberio opinatorio que nos rodea.

Cierta vez escribí sobre de la sacralidad del hombre y de su trabajo. Dije que el hombre es sagrado más acá de las religiones y también más allá de ellas. Que el hombre es sagrado para el hombre y, por tanto, que es también sagrada la conducta enderezada a preservarlo como individuo y como comunidad. Por eso, no pueden ser objeto de apropiación, intercambio o justiprecio su trabajo y su esperanza.

Como único animal que interactúa con la naturaleza, el hombre se ha erigido en su amo ora poseyéndola para su beneficio, ora modificándola para hallar remedio a las adversidades que le inflige. El hombre también se ha erigido en dueño del hombre mediante la apropiación de su trabajo. Y este es el tema de nuestro tiempo.

II

Lo dicho: el trabajo tiene el fin de procurarle al hombre el sustento y asegurarle su permanencia sobre la tierra tanto tiempo como su biología lo quiera. En tal sentido, es su único recurso para sobrevivir. Más allá de los medios con que la ciencia y la técnica y los modernos medios de producción han favorecido la multiplicación de alimentos y de otros menesteres para la sobrevivencia, el trabajo humano no ha mudado su objeto: sostener y extender la vida tanto cuanto sea posible.

A lo largo de la historia los hombres han mirado el trabajo de diferente manera, según se tratara del propio o del ajeno. A éste último le han asignado un rango subalterno y, entonces, lo han depreciado para ponerlo a su servicio y favorecerse con su valor supraremunerativo. Y así ha nacido la explotación de unos hombres por otros. Explotación que se profundizó con la invención del dinero.

He aquí, entonces, que el trabajo humano se transformó en un bien de cambio. A partir de este punto el hombre vendió su fatiga al mejor postor y dejó de ser sagrado el trabajo humano para adquirir ese carácter el dinero que lo retribuye.

III

Practicada desde las postrimerías de la organización clánica, la explotación del trabajo de unos hombres por otros fue evolucionando en profundidad y extensión hasta alcanzar a toda una nación. Es el tiempo de la Revolución Industrial. Pronto los avances científicos y técnicos, el desarrollo de los medios de producción y la extensión a nivel planetario de las comunicaciones posibilitará la formación de un mercado global del trabajo humano, tal que los precios de la jornada laboral irán ajustándose progresivamente a los costos de sostenimiento del hombre por esa misma jornada. Este fenómeno se verá favorecido por la reconcentración de riquezas en manos de unos pocos centros de poder que controlarán a los gobiernos.

Seré explícito. Al transformarse el trabajo humano en una variable de mercado, su retribución dineraria estará sujeta a oferta y demanda. Huelga decir que a mayor oferta, menor precio o remuneración. Ley de mercado. La oferta creciente de trabajo se acompañará de una demanda siempre decreciente, producto del desarrollo de los sistemas productivos que expulsarán mano de obra. Total, que el factor desocupación y subocupación generará en todo el mundo una permanente baja del valor salarial y una precarización de las condiciones de trabajo. Riquezas concentradas y reconcentradas en pocas manos y pobrezas generosamente repartidas entre más gentes. Pero con la advertencia de que esas pobrezas serán cada vez más exiguas y sus destinatarios más numerosos, porque así lo quiere el mercado.

Es así como los grandes centros concentradores de riquezas –y, entonces, de trabajo humano confiscado- se extenderán por todo el planeta para establecer su imperio sobre todos los estados, sobre todos los humanos, sobre todas las fuentes de nutrientes y riquezas. También se independizarán de los gobiernos nacionales y, a la postre, los someterán a su arbitrio.

He aquí el trabajo globalizado.