Globalización y dinero

Eduardo Dermardirossian
eduardodermar@gmail.com

I

Quizá el dinero sea el tema central que debemos abordar los hombres de este tiempo. Quizá todavía debemos anoticiarnos de que el dinero es una deidad que habita más allá y más alto que los dioses de cada confesión religiosa. Quizá, también, convenga saber que el dinero es un enemigo con el que debemos convivir los hombres, estableciendo una inevitable relación amor-odio, tal como ocurre con otras calamidades.

Qué cosa es el dinero ya fue dicho otras veces, de modo que no es necesario abundar sobre el asunto. Basta recordar que el dinero es el símbolo del valor y que éste es el justiprecio que la sociedad hace del trabajo humano. Solamente el trabajo humano le asigna valor a las cosas, y si ese valor asignado es simbolizado con dinero, huelga decir que el dinero es trabajo humano acumulado.

Dos atributos caracterizan al dinero: uno, su incorruptibilidad, en el sentido que puedes acopiarlo sin limitación de cuantía y de tiempo, no así productos tales como el trigo y mucho menos el servicio de reparación de tu refrigeradorr; otro, que él tiene la capacidad –diabólica, dice Savater- de reproducirse a sí mismo y de ser máxima fuente de provecho. Por eso puedes acumular trabajo humano, confiscándolo. Basta que acopies dinero.

II

Pero el dinero, nacido como metálico acuñado por el monarca o como mandato de dar emitido por el mercader, ha evolucionado a lo largo de la historia, adquiriendo formas más versátiles. Historiar la evolución del dinero es ajeno al propósito de esta nota; baste reiterar su carácter de símbolo representativo del trabajo y de herramienta que posibilita su confiscación y acopio.

En los principios, este trabajo expoliativo le estaba reservado a los jefes, señores y monarcas, mediante tributos y otras exacciones. Ellos eran los detentadores de las riquezas y, entonces, los detentadores del poder. Con el correr de la historia y con el desarrollo de los recursos productivos, otros detentadores de trabajo irrumpieron en la escena, modificando la relación de fuerzas: la Revolución Industrial y el capitalismo sobreviniente inauguraron una nueva era en las relaciones del hombre con su trabajo. Aumentó la presión confiscatoria sobre el trabajo humano, se reconcentró la riqueza en menos manos y se extendieron los dominios de la marginalidad. Con el agravante de que se instaló definitivamente en la sociedad el fantasma del desempleo, poderosa herramienta para regular el precio del trabajo.

III
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Finalmente, la última posguerra vino a instaurar y a legitimar el dominio del capital especulativo y autorreproductivo –y por tanto ocioso y parasitario- que sentó sus reales sobre el capitalismo industrial, transformándolo en un apéndice de sus afanes dinerarios. Los estados nacionales y sus gobiernos aceptaron la supremacía del nuevo poder, ausentándose de sus funciones de morigeradores sociales. Achicar el Estado, transferir las grandes áreas de interés comunitario a la iniciativa privada, reducir las asignaciones presupuestarias para fines sociales, privatizar, privatizar, privatizar... Y para que no queden dudas de que estos propósitos serán cumplidos, ahí están las abultadas deudas externas y sus capataces, sustitutos posmodernos de los antiguos ejércitos de ocupación y dominación colonial.

Es con estos recursos que se ha ensanchado el dominio del dinero. Lo que equivale a decir que las cada vez más extendidas y pauperizadas masas de población que malhabitan el planeta, son mantenidas en la indigencia con la misma herramienta que se le quitó de las manos.

Globalización y dinero es la fórmula oprobiosa que subalterniza el trabajo del hombre y lo transforma en una mercancía más y más depreciada.