Eduardo Dermardirossian
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"La paradoja se resuelve si comprendemos la unidad esencial de las cosas".
Conviene empezar leyendo la famosa aporía del chino según la versión de Octavio Paz: “Cierta vez soñé que era una mariposa, revoloteaba como los pétalos en el aire, me sentía feliz de hacer lo que quería y ya no me preocupaba de mí mismo. Pero hete aquí que no tardo en despertar, me palpo sin perder un instante, ¡y yo era Chuang Tzu! Y me pregunté: ¿soñaba Chuang Tzu que era la mariposa o la mariposa soñaba que era Chuang Tzu?”
Dice el traductor que “Chuang Tzu [...] es el maestro de la paradoja y del humor, puentes colgantes entre el concepto y la iluminación sin palabras”. Digo yo que anotar esta fábula en mi caso es, cuando menos, una audacia. También una irreverencia. Pero puedo excusarme: decir que mi pluma no responde a patrones o a categorías y que es el editor quien le da espacio; decir que tal vez el autor escribió la paradoja para que yo la leyera dos mil quinientos años después. Otras excusas pueden todavía abogar en mi beneficio*, pero es del filósofo chino y de su invención que debo ocuparme.
¿Qué es la realidad? ¿Su sustancia es de una naturaleza diferente a las otras cosas? ¿O no hay tal diferencia, tan sólo hay observatorios varios desde los cuales las cosas son percibidas? Y aún, ¿es atinado que los hombres hablemos de realidad? He aquí el marco en el que elijo poner la fábula.
Hace algún tiempo la casualidad quiso situarme frente al televisor en momentos en que uno de los personajes del filme Aguirre, la ira de Dios, de Werner Herzog, conjeturaba que, acaso, la vida sea una ilusión detrás de la cual subyace la realidad de los sueños. Esa conjetura me remitió a un cuento mío en el que un padre le cuenta a su hija una fábula y ésta lo interrumpe para viajar a la historia narrada. Y una vez ahí, no puede discernir de qué lado del gran espejo de la vida ocurren los hechos, de qué lado discurre, digamos, la realidad. La realidad y la ilusión, el soñador y lo soñado, el narrador y lo narrado en mi cuento, el hombre y la mariposa en la historia que ahora nos convoca, no son, quizá, cosas distintas. Sospecho (sólo sospecho) que la respuesta al dilema que nos ofrece el chino puede estar en la unidad de las cosas. Si el ebrio y el loco no logran saltar sobre su propia sombra por mucho que lo intentan es porque en su embriaguez y extravío no comprenden esa unidad.
La bella paradoja que estoy anotando se muestra ardua, de difícil resolución a los ojos de los hombres de este lado del mundo, del Occidente racional y pragmático acostumbrado a descomponer las cosas en tantas partes como sea posible, a analizarlas para hallar lo múltiple en lo que sustancialmente es uno. No así, los hombres del otro hemisferio seguramente se sentirán más cómodos frente al mismo texto, porque ellos recorren el camino inverso: hallan la unidad en lo que a los ojos se muestra plural.
Chuang Tzu denuncia la fragmentación de la conciencia del soñador-soñado, habla de sus sensaciones durante el sueño, dice que mientras “revoloteaba como los pétalos en el aire [...] ya no me preocupaba de mí mismo”. Ciertamente, es difícil traducir de una lengua exótica y remota unos términos y unas figuras tan particulares.
“Fácilmente aceptamos la realidad, acaso porque intuimos que nada es real” nos dice Borges desde El inmortal: He aquí el hallazgo del genial argentino, el dibujo casi fantasmal que se interpone entre el terruño cómodo de la convención y la república extendida y azarosa de la ilusión. Pero sabe Chuang Tzu, sabe Borges, saben los poetas (yo no lo soy y creo saberlo también) que nunca el hombre podrá discernir sin duda cuál es el linde entre la realidad y el sueño, entre los hechos y la ilusión. Aún más, creo que una y otra cosa no son diversas, que la fábrica de la realidad y del sueño, del soñador y lo soñado, la cuna y la matriz de Chuang Tzu y de la mariposa, son una sola.
La construcción del chino no quiere cambiar las cosas, no busca escapar de la existencia por los entresijos de la ilusión, no pretende cumplir una función. Quizá esa fábula ya no quiere lo que en su momento quiso su autor. Porque la creación artística (me lo dijo un exquisito escultor mientras domeñaba el mármol, me lo confirmó luego mi propia observación), una vez desprendida de las manos de su hacedor, adquiere vida propia y busca su particular destino, si es que tiene alguno. La obra ignorada o desdeñada en los tiempos de su creación, la que no fue apreciada al nacer, puede, a lo largo del tiempo, ser merecedora de reconocimiento y portadora de significados variados. La historia del arte es pródiga en ejemplos.
Por eso Chuang Tzu y la mariposa, el soñador y el soñado, lo que tenemos por real y lo que consideramos sueño, quizá sean una sola cosa que no puede separarse, una manifestación inequívoca de la existencia.
Mil años después de Chuang Tzu, Yalal al-Din Rumi inquirió hermosamente: “El aliento del flautista... ¿pertenece a la flauta?”.
* En mayo de 2003 el Café Filosófico Heráclito convocó a un filósofo, un psicólogo y un poeta para examinar esta fábula. La ausencia inesperada del último me obligó a ocupar su lugar, y fue así como confronté mis reflexiones con las de la filósofa india Premlata Verma, traductora al hindi del Martín Fierro y de textos de Borges, y con las del psicólogo y escritor argentino-guatemalteco Marcelo Colussi. Fruto de aquella participación inesperada son estas disquisiciones.