Globalización y poder

Eduardo Dermardirossian
eduardodermar@gmail.com

I

El imperio de un hombre sobre otro tiene la edad de Adán sobre la tierra. La posesión de un atributo que le permita a una persona gobernar la voluntad de otra persona es conocida como poder. Actuar sobre la voluntad del otro, ejercer sobre él esa suerte de fuerza o de fascinación que lo haga dependiente, abrigar un sentimiento cuasi filial, subalterno, de sumisión consentida o impuesta, tal es la condición para que el detentador de ambas voluntades vea colmada su vocación de poder.

Pero éste es sólo el ejercicio primario del poder. La historia ha agregado nuevos componentes al poder. En efecto, la posesión de la tierra, el control sobre los bienes de consumo y los medios de producción, determinaron nuevas relaciones de poder, tal que mientras unos hombres ocupaban sitios prominentes, otros tributaban su esfuerzo en beneficio de aquellos. En este punto las relaciones de poder fueron perdiendo su sesgo psicológico para adquirir una connotación política que ya nunca más abandonarían. Así, la vocación de poder irá mudando del ámbito personal al tribal, clánico, feudal, nacional. Y no transcurrirá mucho tiempo –hablo de tiempo histórico- para que ese poder trascienda las fronteras nacionales.

Y si bien es cierto que el poder se ejercerá sobre poblaciones cada vez más grandes, alcanzando finalmente a todo el universo humano, también es verdad que los detentadores de esa fuerza omnipotente ya no serán personas físicas sino centros, anónimos quizá, de concentración de riquezas. Potencias transnacionales cuya sede será ningún lugar, pero cuyos brazos y mando alcanzarán a todos los sitios donde se encuentren personas o bienes susceptibles de despertar sus apetitos. He aquí el poder global omnipresente.

II

El tiempo es la materia de que está hecha la historia y su curso está trazado por los acontecimientos, productos de las relaciones de poder. En otros términos, las relaciones de poder determinan la vida de las sociedades humanas en sus tres dimensiones: pasada, presente y futura. De origen divino para unos, resultante de una pura relación de fuerzas para otros, de hechura clasista y controversial para los socialistas y producto de unas intangibles relaciones de mercado para los liberales, el poder ha alcanzado ya la adultez y precisa de una justificación que lo haga aceptable. Se trata, ahora, del espinoso tema de su legitimidad.

Básicamente, dos son las formas de legitimación que busca el poder: la fuerza, irresistible desde siempre, y la voluntad de la comunidad que designa un delegado para su ejercicio. En el primer caso se trata de una legitimación per se, en el otro, de una legitimación democrática. Otras fuentes de legitimidad se han ensayado, pero finalmente pueden subsumirse en alguna de las nombradas. Aún más: veremos cómo la voluntad delegada terminará cediendo a la fuerza como única fuente de poder en las sociedades globalizadas.

Los siglos XIX y XX vieron extenderse la democracia en todo el Occidente y en parte de Oriente. Con sus más y con sus menos, la voluntad de los ciudadanos de cada nación instaló los gobiernos en los estrados de la ley, para que desde ahí procuren el bien común. La Revolución Industrial ideó unos modos de gobierno y el materialismo dialéctico otros, y ambos invocaron la democracia para sostener sus respectivas aspiraciones. Uno y otro invocaron la soberanía popular como única fuente de legitimación del poder. Hoy queda a cada quien juzgar o preferir las experiencias que estos dos grandes experimentos han dejado en la historia.

Pero algo es cierto: ni el socialismo a ultranza ni el liberalismo decimonónico han logrado perseverar en el ideal democrático, ni uno ni otro pueden atribuirse hoy el mecenazgo de la democracia. Ambos han abortado el objetivo democrático. Y así, el poder ha ido perdiendo legitimidad para sostenerse merced a la fuerza económica de los actores sociales. Como antaño, el poder hallará su legitimación en la fuerza.

III

Una nueva forma de poder cabalga sobre el mundo. Ahora es tiempo de mundialización de los intereses y también de las voces de mando. Los avances científicos y tecnológicos, cada vez más, ponen al mundo dentro de un puño, y nada escapa a la mirada vigilante y omnipresente del amo, nada es ajeno al apetito sensual del poder. Al mismo tiempo que los medios de comunicación y propaganda extienden la omnipotencia del mercado a todos los rincones del planeta, también persuaden a las víctimas de ese poder que el orden dispuesto es conforme a la naturaleza, que lo habido es justo, que el presente es definitivo porque la historia ha llegado a su fin. Y los hombres, víctimas de tamaña manipulación, creerán aquello, tendrán por verdadero ese mensaje irresistible. He aquí la nueva forma de poder que cabalga sobre el país de los hombres. La fuerza en manos del poder económico y financiero globalizado es más poderosa que los ejércitos.
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