"Hace un año mi madre me dijo que mi hermano era un año mayor que yo, así que ahora estamos iguales"

Eduardo Dermardirossian
eduardodermar@gmail.com

Estaba hablando del significado del tiempo y de los problemas que le plantea a la física moderna, cuando inesperadamente se sinceró: “Mi situación es tan incómoda que lo mejor que puedo hacer, de lejos, es declararme agnóstico”. Así, con estas palabras, Simon Saunders[i] abandonó a sus congéneres en la más difícil de las aventuras, la de recorrer el tiempo.

Antes movió y removió la ciencia, escudriñó y puso patas abajo y patas arriba la relatividad general y la especial, jugó a las barajas con los cuantos y por fin, harto ya de sus desvelos macro y microcósmicos, clamorosamente dijo que no sabía.

Y tras sus pasos llego yo, ignorante de todos los saberes, audaz derrochador de tinta e impío aporreador de teclados, y digo que hablaré del tiempo. Creo que los dioses serán clementes conmigo. ¿Lo será también el lector?

Hablar del tiempo y de su medida es hablar de esa cosa que no es una cosa, ni siquiera es la sustancia de las cosas. Hablar del tiempo es una contradicción en los términos porque supone hablar también de lo intemporal. Dijo Borges que “todo lenguaje es de índole sucesiva; no es hábil para razonar lo eterno, lo intemporal”
[ii]. Y yo, que sólo tengo el lenguaje para acreditar mi humanidad, vengo a hablar del tiempo.

Por eso, si quiero que el lector sea benévolo, que no voltee esta hoja, debo ser amable con él, no arrastrarlo por las arideces de la filosofía, hablarle como si estuviéramos tomando un café en el bar de siempre. Sin nostalgia por el tiempo ido, sin desasosiego por el que vendrá y, sobre todo, sin apremio por este tiempo que nos está acompañando. He aquí el atributo del buen hablador, del charlista amable.

Nasreddín y mi amigo Isaac

Isaac aúna, cuando menos, dos talentos: el del artista plástico y el del hombre que sabe bucear en las profundidades, en las propias y en las de su interlocutor. A poco de escucharlo comprendes que los setenta y largos años que lleva recorriendo la vida (no dice su edad) no fueron vanos. Por eso me gusta reunirme con él, para hablar del bien y el mal, del arte, de la paz, de la palabra. También de frivolidades que bien valen el tiempo. Con él puedo hablar de lo que ignoro y que él también ignora. Y porque ambos sabemos que no sabemos, mutuamente nos perdonamos y juntos fatigamos los laberintos que nos propone el azar.

En una ocasión así, Isaac me dijo que nuestro tiempo vivido es más que el que todavía nos resta vivir. Para disentir le relaté un cuento que recordaba de mis años jóvenes. Nasreddín, le dije, llegó a un pueblo y fue agasajado con festines, obsequios y paseos. Los habitantes del lugar se prodigaron en atenciones y cuando se aprestaba a partir le preguntaron si estaba satisfecho. Contestó que sí, pero que una cosa se había omitido, llevarle de visita al cementerio. Sorprendidos, lo llevaron ahí y Nasreddín recorrió los sepulcros, leyó las lápidas y vio que todos habían muerto a muy corta edad. Este a los tres años, aquel a los cinco, este otro a los cuatro; el más viejo había vivido ocho años, nada más. Preguntó el porqué y le fue dicho que en ese lugar era costumbre anotar sobre las lápidas los años buenos que habían vivido sus muertos, que los años malos caían fuera de la cuenta.

Quizá para granjearse la bienaventuranza eterna el arbitrio de esos pueblerinos había separado unos años de otros. Los mal vividos eran para el olvido; los otros, los años gozosos y su recuerdo, estaban más allá de la muerte y por eso los esculpían sobre las lápidas. Si esos hombres eran inteligentes o se regodeaban con fruslerías, no lo sé.

Filosofía de autobús

Hace un centenar de años Einstein desbarató la noción del tiempo. El pasado, el presente y el futuro, dijo, no son absolutos
[iii]. Fue más tenaz que Saunders, no se arredró ante la estatura del universo y lo inmensurable del tiempo. Continuó y continuó en su porfía hasta que un gato vino a ponerlo en aprietos: fue el gato de Schröedinger que, encerrado en su caja, estaba vivo y muerto al mismo tiempo[iv].

En este punto, otra vez viene a cuento Nasreddín. Cuando era niño le preguntaron quién era mayor, él o su hermano. Pensó un momento y dijo: “hace un año mi madre me dijo que mi hermano era un año mayor que yo, así que ahora estamos iguales”. Y también viene a cuento la paradoja de los gemelos que Einstein creó al enunciar su teoría de la relatividad especial, y que sólo pudo resolver algunos años más tarde, al formular la relatividad general. Uno de dos gemelos viaja en el espacio a una velocidad cercana a la de la luz, mientras el otro se queda en Tierra. Al cabo de un tiempo el viajero regresa y se encuentra con que es más joven que su hermano. La dilatación del tiempo ha obrado la diferencia.

Estas historias nos asaltan cuando nos aventuramos a recorrer las curiosidades de la ciencia, los escondrijos del humor o las teorías de mentes calenturientas que, no contentas con los hechos cotidianos, buscan extravagancias debajo de los polvos cósmicos. En lo que me concierne, me temo que esas extravagancias delaten mi ignorancia. Por eso acudo a Zenón de Elea, a su tortuga y al mítico Aquiles. Borges lo pone así: “Aquiles, símbolo de rapidez, tiene que alcanzar a la tortuga, símbolo de morosidad. Aquiles corre diez veces más ligero que la tortuga y le da diez metros de ventaja. Aquiles corre esos diez metros, la tortuga corre uno; Aquiles corre ese metro, la tortuga corre un decímetro; Aquiles corre ese decímetro, la tortuga corre un centímetro; Aquiles corre ese centímetro, la tortuga un milímetro; Aquiles el milímetro, la tortuga un décimo de milímetro, y así infinitamente, de modo que Aquiles puede correr para siempre sin alcanzarla”.

Quien quiera resolver este intríngulis como una ecuación de la geometría será víctima de la picardía de aquel griego. Y quien quiera resolverlo sirviéndose de la noción de tiempo se verá frustrado, porque el tiempo no es absoluto, como se nos enseñó. Ya en la segunda mitad del siglo pasado la paradoja de Zenón sólo distraía a los viajeros de autobús.

Camisa de once varas

Una discusión que dura tanto como el tiempo es si el tiempo es lineal o circular, si viene de un momento y se dirige hacia otro momento o si se enrolla sobre sí mismo. Una y otra idea están contaminadas con la noción de espacio, una y otra tienen defensores y detractores. Una y otra idea trascienden el mundo de los vivos: el hinduismo, por ejemplo, con su creencia en el samsara
[v] y la reencarnación, puede amistar con la idea de circularidad, mientras las religiones abrahamicas[vi] se corresponden con la noción de linealidad (“En el principio creó Dios los cielos y la tierra”[vii]).

Hasta aquí, no más. Porque si avanzamos un solo palmo nos internaremos en un berenjenal metafísico cuya salida nos será difícil hallar, tan difícil como adoptar un niño en la oscura Edad Media
[viii].

La metafísica es presuntuosa porque quiere asir lo inasible, como los hombres que con nuestros relojes queremos medir el tiempo. Nuestros relojes sólo mueven sus manecillas y eso es lo que vemos, no el tiempo. Queremos emular a Dios y nos proclamamos dueños del Universo, patrones del tiempo. Quizá no sea nuestra la culpa, quizá sea Dios el culpable por habernos esculpido a su imagen y semejanza
[ix].

Einstein fue más modesto. Cuando murió Michelle Besso, le escribió así a su familia: “Ahora él ha partido de este extraño mundo un poco antes que yo. Esto no significa nada. La gente como nosotros, que creen en la física, saben que la distinción entre el pasado, el presente y el futuro es sólo una ilusión obstinadamente persistente”.

[i] Filósofo de la física en la Universidad de Oxford.
[ii] Nueva refutación del tiempo en Otras inquisiciones, Emecé 17º ed., Buenos Aires 1996, pág. 285.
[iii] Quienes tengan interés en el tema pueden acudir a las múltiples ediciones de sus Teorías de la relatividad especial y general.
[iv] Erwin Schröedinger (1887-1961), Premio Nobel de física 1933, hizo importantes contribuciones a la mecánica cuántica. Fue quien propuso el experimento mental del gato, cuyas múltiples versiones el lector encontrará en Internet.
[v] En algunas doctrinas orientales, ciclo de transmigraciones o de renacimientos causados por el karma (RAE).
[vi] Referidas al judaísmo, cristianismo e islamismo.
[vii] Génesis, 1.1.
[viii] Esa curiosa ceremonia, que aún hoy se practica en algunas regiones de Europa, consistía en meter al niño por la manga de una camisa y sacarlo por el cuello, simulando así el alumbramiento. La exageración hizo que esa camisa fuera de once varas (unos nueve metros) de ancho. Tal es el origen de la expresión Meterse en camisa de once varas.
[ix] Génesis, 1.26/27.