¿Hay alternativa política al capitalismo moderno?

Eduardo Dermardirossian
eduardodermar@gmail.com

La búsqueda de alternativas políticas al capitalismo es el ejercicio preferido de los intelectuales post modernos. Para explicar experimentos políticos que se muestran francamente exitosos, como el de la China actual, y también para ensayar arquitecturas que conjuren los efectos adversos del capitalismo, generador de contradicciones e inusticias que ponen en riesgo la paz. Se quiere hallar la fórmula que, a un tiempo, preserve la eficiencia productiva del capitalismo y rescate el contenido humanístico del socialismo. También se quiere revertir el actual desplazamiento del poder desde los estados hacia las grandes corporaciones económicas.

Vale, entonces, preguntarse cuáles son esas alternativas. ¿Lo es el modelo colectivista que se aplicó durante siete décadas con el patrocinio de Rusia y se replicó en el oriente de Europa? ¿Es el modelo chino de la Revolución Cultural, con sus fronteras clausuradas y su dogma político impuesto como artículo de fe? ¿O la Revolución Cubana, que tras gobernar medio siglo no logró salir del aislamiento que le fue impuesto ni exportar el modelo a otros lugares? La pretendida alternativa al capitalismo neoliberal, ¿puede ser alguna forma de organización sociosolidaria al estilo de las que Marx llamó socialismo utópico?

Hoy, cuando la feligresía comunista discute si el megaexperimento soviético se suicidó o fue muerto por su contendor, cuando los partidos y los intelectuales de izquierda revisan sus postulaciones e intentan adaptarlas a un mundo que no consiente el aislamiento, conviene examinar estas cuestiones. Y al hacerlo es preciso despojarse de dogmatismos y preconceptos.

La mundialización preconizada por los Estados Unidos y la Unión Europea y sostenida por el desarrollo de los medios de comunicación y transmisión de datos, es benéfica en sí misma, pero conlleva el riesgo de extender como una pandemia las lacras sociales y la violencia. De ahí la necesidad de revisar los actuales modelos de desarrollo y reparto del poder, y propiciar cambios que conduzcan a una distribución más equitativa de los recursos económicos.

El capitalismo y el socialismo fueron las grandes opciones durante un siglo y medio. De las dos gigantescas potencias que encarnaban esas opciones, hoy subsiste una. Los Estados Unidos capitanean al mundo por ser la economía más grande, por controlar los recursos energéticos y tecnológicos, por haber extendido su influencia a casi todas las regiones del mundo, por tener un poder militar y una capacidad de desplazamiento fenomenal. Norteamérica es el principal sostén del capitalismo, que hoy se presenta como paladín de la libertad y único sistema que garantiza el desarrollo sostenido.

Las alternativas que se buscan quieren, unas, abolir sin más la hegemonía norteamericana; otras, corregir o atenuar los efectos perniciosos del capitalismo moderno, tal como la extensión y profundización de la pobreza y de la violencia en tantos lugares del mundo.

¿Hay un catálogo de opciones políticas a la manera del siglo que culminó, donde conservadores, liberales, anarquistas, socialistas y hasta hippies y nuevaoleros ofertaban sus parabienes a los grupos sociales, a las naciones, al mundo entero? ¿Aún subsisten, son viables las diversas formas de progresismo que se predicaron a lo largo de un siglo? ¿O estamos habitando un tiempo árido en el que, en efecto, se ha inhumado a la historia?

Hace poco me preguntaba si la unipolaridad actual puede evolucionar hacia un escenario internacional en el que el poder y los medios estén distribuidos con mayor equidad. La cuestión es pertinente en el contexto de estas reflexiones, porque ningún rediseño del poder podrá prescindir de un sustento ideológico. Cuál será ese sustento no es posible predecirlo, pero me aventuro a sospechar que habrá rediseño y habrá una nueva arquitectura ideológica que, al tiempo que validará a los nuevos socios del poder, servirá de sustento para que otros partidos irrumpan en la escena.

Cuesta creer que las proposiciones del utopismo socialista tengan andamiento en el país global que habitamos los hombres de este tiempo. Esas construcciones merecen un lugar en la historia del pensamiento político, también un análisis objetivo y hondo de su experimentación y puesta en práctica. La sociedad sin Estado es impensable en las actuales condiciones de militarización, el falansterio se diluye en medio de la globalización creciente, el asistencialismo no responde al tamaño de las desventuras sociales de este tiempo. El cooperativismo y el mutualismo ya han dado todo de sí, y no podrán desarrollarse más sin sufrir los embates del capital reconcentrado. Y el marxismo-leninismo ya dijo cuanto tenía que decir, con los resultados conocidos.

Quizá un nuevo pensamiento sociosolidario surja de las entrañas del propio capitalismo, pero sin proponerse destruirlo esta vez. Quizá ese nuevo pensamiento sea la piedra basal sobre la que se edifique un modelo de sociedad que pueda conjurar la pobreza y la violencia en el mundo.

¿Que esto es una utopía? Lo es. Como también lo fueron la democracia, que habiendo transitado la historia desde la Atenas de los filósofos hasta nuestros días, no ha abandonado la adolescencia todavía; o el socialismo científico, que disputó el poder en el mundo durante la mayor parte del siglo XX; o el propio capitalismo, que hoy gobierna al mundo y que resultaba impensable en los tiempos previos a la Revolución Industrial. Más utopías nutrieron la vida de los hombres y la historia de los pueblos. Y hoy, mirándolas desde su dilución en la realidad, ya no nos sorprenden.


Conviene dejar abiertas las preguntas que nos formulamos más arriba. Conviene alentar esas inquisiciones antes que buscarle respuestas. Pero con la advertencia de que sólo formulando la pregunta correcta hallaremos la respuesta adecuada. Porque la pregunta siempre está preñada de su respuesta.